jueves, 14 de diciembre de 2006

No quiero ser como RBD

Con más de 10 años en mi haber de baterista, he pasado definitiva y necesariamente (claro que no siempre con buena suerte) por diferentes etapas en mi desarrollo musical: desde el grunge al rock progresivo, pasando por el punk, el jazz, el blues y cuanto género (que para su propia desgracia) haya llamado mi atención.

La década en que nací, los ochentas, fue una de las más glamorosamente ridículas que he conocido (directa o indirectamente), por lo menos en cuanto a look se refiere. A pesar de que siempre existe una notoria diferencia entre los distintos estilos que estuvieron en boga durante tal o cual época, hay rasgos similares o, por lo menos, bastante particulares que vale la pena destacar debido a su carácter emblemático. En los 80’s, por ejemplo, surgió el pintoresco dark, término radial que englobaba a distintos grupos de música, pero cuyos seguidores se caracterizaban por vestir con ropas extremadamente oscuras, cabellos desgreñados y, algunas veces, maquillaje blanco y negro, todo esto símbolo del eterno padecimiento de sus almas desoladas. En el extremo opuesto del estilo dark estaba el glam: las mismas fachas greñudas, pero ahora las ropas indicaban un modo de vida acelerado y excesivamente feliz.

La década de los noventas fue, sin embargo, la que me nutrió mayoritariamente en mi background musical. Este decenio, al contrario del que le precedió, representó un vuelco total en el modo en que los artistas se mostraban a su público. Lo que predominaba ahora era el desgano total por presentar una imagen particular. Un término común utilizado para definir el look es la "pose": durante los 90’s bien podría decirse que ésta se redujo a su mínima expresión, ya que los artistas se preocuparon mucho más por manifestar su propuesta a través de su música, dejando relegada la apariencia física. Lo "casual" era lo que predominaba, es decir, lo que no representaba nada en particular.

Con el cambio de milenio, y por diversos factores -tales como el auge monumental de la industria musical, así como el desarrollo masivo de la cultura de la imagen- ha retornado (y de qué manera) la importancia del look dentro de la propuesta artística de un músico. Hoy existe la opinión generalizada de que uno debe vender no sólo buena música, sino (y sobre todo) una buena imagen si se desea ser reconocido. Esta idea ha fomentado el surgimiento de grupos y solistas prefabricados de escasa o nula calidad artística y trascendencia en la historia musical, pero cuyo peso en los espíritus adolescentes de hoy en día es tan intenso como fugaz.

Particularmente, y por haber sido, como ya lo mencioné antes, nutrido por una década como los noventas en lo que a mi haber musical se refiere, siempre he sentido una suerte de reacción alérgica hacia los artistas que privilegian el look por sobre la calidad musical. Desafortunadamente, demasiadas veces me he sentido un desfasado luchando en contra del mundo. Tanto así que dentro de las mismas bandas de las que formo o he formado parte existe ese eterno conflicto entre lo que interpretamos y expresamos a través de nuestras canciones y lo que mostramos (en el sentido estrictamente visual de la palabra).

Tengo el cabello largo y lo llevo amarrado, y mi guardarropa se ha visto reducido (de alguna extraña manera inexplicable hasta para mí mismo) a incontables polos azules (más uno que otro de color distinto) y blue jeans. Si algo busco mostrar cuando me subo a un escenario es que el público pueda llevarse la impresión de que soy un baterista de una calidad, por lo menos, lo suficientemente llevadera como para compensar el valor de la entrada que pagaron o la media hora que tuvieron que soportarme frente a ellos. Como habrán podido adivinar, la elección de mi look a la hora de dar un concierto no me preocupa ni mucho menos.

Debido a mi actitud, que muchos ya estarán seguro tildando de anacrónica o retrógrada, muy pocas veces me he sentido perturbado por la llegada al Perú de dichos artistas prefabricados que he caracterizado líneas arriba. Mi preocupación va orientada de hecho más hacia la ausencia de artistas de calidad que llegan a este país. Sin embargo, desde hace varios meses y hasta hace algunas semanas, fui, junto con millones de peruanos, víctima del bombardeo masivo de un fenómeno denominado RBD que inevitablemente terminaría por llamar mi atención.

Surgida como producto regurgitado por el gigante mediático mexicano Televisa de su digestión de una alicaída teleserie argentina de adolescentes, la telenovela "Rebelde" fue la que finalmente condujo a la aparición de este sexteto de música pop, gestado en las entrañas de sus capítulos. Anahí, Alfonso, Dulce, Christopher, Maite y Christian son los nombres de los protagonistas de "Rebelde", y son quienes conforman a su vez el grupo RBD.

No tengo ninguna clase de prejuicio en contra de la música pop. No me considero un purista ni nada que se le parezca, una de esas personas que tildan cierta clase de música (precisamente aquella que gustan de oír) como "culta", "alturada" o "superior", y censuran el resto por no considerarla ni siquiera digna de ser escuchada por sus privilegiados oídos. En el disco duro de mi computadora conservo orgullosamente un amasijo de más de siete mil canciones que representan quizá uno de mis más grandes y preciados tesoros: temas de jazz, blues, rock, pop, salsa y folklore (junto con otros que no es posible incluir dentro de ningún género definible) se codean en las rutas digitales de mi PC.

Desde que existe la música pop hasta hoy en día (estamos hablando de toda la segunda mitad del siglo XX y de los infaustos años que para la historia musical representará algún día esta década), han existido muy buenos artistas dentro de este género. Así, en los cincuentas tuvimos al precursor del rock n’ roll Buddy Holly y a la joven promesa latina Ritchie Valens (quien popularizara La Bamba)*; en los sesentas, a los eternos clásicos Beach Boys y Rolling Stones; en los setentas, a los amados y odiados Bee Gees y a la diva rubia Olivia Newton John; en los ochentas, al paradigma del brit pop The Smiths y a la banda pionera del new wave norteamericano Blondie; en los noventas, a la banda de culto R.E.M. y a los siempre controversiales Oasis, y, en esta década (que ni siquiera tiene un nombre propio, aunque se me ocurren algunos que por respeto no menciono), el rock retro de garage de The Strokes y el sonido británico de la (paradójicamente) banda gringa** The Killers.

Regresando a RBD, personalmente no creo que ellos alguna vez lleguen a marcar alguna huella más que en aquellos que se hicieron ricos a su costa. En el Perú, la campaña promocional del denominado "El mejor concierto de tu vida" empezó desde varios meses antes la fecha señalada para el apoteósico evento, el 8 de noviembre de 2006. Para mí, un desentendido total de las telelloronas de Televisa, y mucho más de las disforzadas teleseries de adolescentes, enterarme de que RBD venía al Perú no me despertó ninguna clase de emoción, más allá de la curiosidad que también podría causarme la danza de la abeja melífera o la caída de la Bolsa de Valores de Abu Dhabi.

Sin embargo y para mi propio disgusto, casi diariamente debía tropezarme con por lo menos una pequeña nota informativa respecto al sexteto mexicano, esto debido a que por alguna extraña (o quizás monetaria) razón el periódico que leo parecía estar siempre al tanto del acontecer del grupo. Titulares como "RBD promocionará su disco en Lima" o "Anahí de RBD dice: «estoy sola y sin compromiso»" coronaban notas tan constantes como intrascendentes. Así, poco a poco me fui enterando de quiénes o, para ser más precisos, qué era este fenómeno que amenazaba recorrer Latinoamérica en su tour "Generación 2006".

Como mencioné anteriormente, RBD surge como consecuencia directa de la estrategia de merchandising de la telenovela "Rebelde", remake mexicano de la teleserie argentina "Rebelde Way". Esta producción gaucha engendró también su propio grupo musical de pop, el cuarteto denominado Erreway. Nada de original tiene, pues, el sexteto mexicano, no por lo menos en lo que a su gestación se refiere. Lo único que se hizo fue repetir una fórmula prefabricada: un conjunto de atractivos adolescentes de voz promedio y que cuyas canciones y ademanes reflejaran las ilusiones de millones de adolescentes alimentados durante años por los medios con el sueño de ser superestrellas.

Sus canciones, como es de esperarse, tampoco representan una revolución en cuanto a lo que temática de las letras se refiere: la desventura de ser un adolescente rebelde e incomprendido. Ni qué decir musicalmente: la balada pop, con su estructura verso-coro-verso, es alternada en sus álbumes y presentaciones con los ritmos de una suerte de pop dance electrónico popularizado durante los ochentas y noventas por artistas como los New Kids On The Block o Magneto y explotado hasta el cansancio durante esta década con mayor o menor suerte por diversos grupos.

¿Qué convierte entonces a RBD en un fenómeno de una magnitud tan monumental? La respuesta no está, definitivamente, en ellos mismos. Quizá habría que buscar en la mega escala a la que son promocionados por sus inversionistas como el producto musical de moda, quienes son a la larga los principales beneficiarios del éxito de la banda. De la banda como producto comercial, tanto como podrían interesarse por impulsar una lavadora o un auto.

Esto hace que retorne nuevamente al tema que rondaba las primeras líneas de este ensayo: el look. Ya que RBD no pretende ofrecer una propuesta musical distinta, o por lo menos auténtica (ya que simplemente reproduce fórmulas precedentes), su punto fuerte debe ser entonces el despliegue visual. Venden sus caras, su estilo de vestir, su "actitud rebelde y auténtica" (aunque ésta obedezca a los designios de sus asesores de imagen). Sus conciertos no son un placer para los oídos, sino para los ojos.

Desafortunadamente, la importancia que se le da a la "imagen" de una banda hace muchas veces que su calidad musical decaiga hasta límites tan o más risibles que el disfuerzo de sus poses. Tengo amigas que me dicen de algunos solistas o miembros de bandas, "que churro que es ese tipo" o "que tales abdominales que tiene", así como amigos que me cuentan de lo "buena" o "recontra power que está Fulanita, esa, la que canta en ese grupo que son los cinco que salían en la telenovela". Cuando se refieren a sus canciones, por lo general lo hacen de una manera vaga y superficial, y cuando realmente creen sentirse reflejados en el contenido de sus letras, no reparan en que se están identificando con refritos líricos producidos en masa.

Privilegiar la imagen por sobre el contenido ha degradado el espíritu del arte musical. La buena música (incluyendo al pop), la que se crea como expresión del interior del artista más que como producto comerciable, perdura, y casi nada de lo que se está haciendo hoy en día trasciende los escasos momentos de fama en que se puede permanecer como primer lugar en las radios locales, siempre bombardeadas por nuevos "talentos", hermosos y fugaces. "Video killed the Radio Star" es el título de un tema de The Buggles (incluido en un álbum que anecdóticamente se llama "The Age of Plastic"), y una vez más debo rendirme ante la imponente sabiduría que siempre parece esconderse entre las líneas de una vieja canción***.

Algo que siempre me ha parecido curioso es que muchos de estos artistas bonitos no hacen sino alimentar la creencia popular de que la belleza y la inteligencia no se llevan bien. No me malentiendan: disfruto de lo bello tanto como cualquiera, y no del modo alturado en que el esnob lo hace, sino que muchas veces (demasiadas diría yo) de la manera chabacana en que la representan los diarios chicha. Pero como todo músico que se respete, lo que busco es el deleite de mis oídos y no el de mis ojos cuando compro un disco o voy a un concierto.

Un profesor de mi Universidad dijo alguna vez que la música fue considerada en algún momento de la historia como la representación directa del estadio cultural y moral de los pueblos. Si RBD fuera el reflejo de nuestra sociedad, estaríamos viviendo en una civilización totalmente vacía de contenidos trascendentes, donde la relevancia del arte radica en el look y la pose más que en la verdadera expresión de la interioridad del artista.

En otras palabras: la ausencia de contenido en la música se debe a que las cabezas de los artistas están igualmente faltas de sustancia alguna. Tanto como para no saber ni dónde están parados: en su concierto en el Perú, la hermosa pero desatinada Maite gritó "Viva Chile", ganándose el abucheo masivo de su público, así como en Viña del Mar repitió su errata, pero esta vez profiriendo a viva voz un "Gracias Santiago" que no hizo sino confirmar mis sospechas del estado desértico en que se encontraba el interior de su encantadora cabecita de artista pop. Y, bajo riesgo de ser demandado, podría aventurarme a decir que en el camerino lo primero que le dijo su asesor de imagen fue algo así como "¿ves? Eso te pasa por pensar. Te dije que no te salieras del libreto".

Respondiendo a una pregunta acerca del éxito del cantante David Bisbal, el ex vocalista de Héroes del Silencio, Enrique Bunbury, dijo: "eso sólo demuestra que los artistas de ahora son simplemente caras bonitas que saben cantar muy bien en el karaoke", haciendo alusión a la forma en que Bisbal llegara a la fama. Qué se le hace: es Bunbury, no tiene remedio y así lo queremos. Él tiene la autoridad para decir lo que se le venga en gana: después de todo, es el legendario Bunbury.

Particularmente, y a pesar de lo que muchos puedan pensar después de aburrirse con este pasquín anti RBD, mis reparos no van hacia todos los artistas que cultivan su imagen. Hay muchas bandas con una fuerte carga visual dentro de sus propuestas, pero que de ninguna manera dejan de lado la calidad musical dentro de sus producciones: Iron Maiden, The Cure, Radiohead, entre muchas otras. Hoy ya no es posible lograr el éxito y la aceptación, que a fin de cuentas es a lo que aspira todo artista por más que lo niegue, sin vender un producto que conjugue imagen y música, (buena en el mejor aunque menos frecuente de los casos).

Claro que la regla siempre tiene su excepción. Si no, pregúntenle a la gente de Dream Theater, por muchos considerada como la mejor banda de todos los tiempos. Si hay algo que no tienen estos cinco músicos de conservatorio, originarios de Nueva York, es un look glamoroso ni mucho menos. Cada cual sube al escenario con la facha que se le antoje. No tienen ciertamente ninguna necesidad de compensar carencia musical alguna con un señuelo de ropas y espectáculo visual que distraiga a su público.

Dream Theater lleva 20 años en carrera y sigue llenando estadios. Mike Portnoy, su baterista, se viste para los conciertos como si fuera a jugar una pichanga de barrio: un polo o un bividí, un short bermuda y zapatillas deportivas. Su despliegue en el escenario, sin embargo, es capaz de dejar aturdido a cualquiera, incluso a él mismo: después de cuatro horas de performance, en varias ocasiones han debido llevárselo en ambulancia por agotamiento severo, siempre dejando atrás una muchedumbre de fanáticos satisfechos. No por nada ha ganado durante 10 años consecutivos el premio al "Mejor Baterista de Rock Progresivo" otorgado por la revista Modern Drummer.

Tendría que haber empezado a tocar batería hace 40 años si quisiera llegar algún día a ser la mitad de bueno de lo que es Mike Portnoy, pero para mi pesar tengo sólo un mal aprovechado cuarto de siglo de existencia. Sin embargo, nunca está de más soñar. Así, tal vez, si algún día llegara a ser tan bueno como él, no tendría que sostener nunca más aquella discusión con los miembros de mi banda cuando me piden que en los conciertos me suelte el pelo, use polos de colores más variados y, en general, no me vista (como algunan vez ellos mismos dijeron) como si fuera a comprar el pan. No quiero ser como RBD, pero aún no soy Dream Theater, y espero nunca gritar "Viva Chile" en mi natal y horrible Lima, que amo tanto.



* Cabe destacar que ambos, Holly y Valens, murieron en el mismo accidente de avión.
** Entiéndase como "estadounidense".
*** O, como dice Bunbury, "la música me abre secretos que ahora están dentro de mí".

lunes, 11 de diciembre de 2006

«Sam es mi padre»

- ¿Vamos a dar un paseo?
- No lo creo, Bobby, ya es tarde, creo que sería mejor que me llevaras a casa.
- Vamos, Stacy, sólo una vuelta. Tengo algo que mostrarte.
- Está bien, pero regresemos rápido. Tengo un presentimiento extraño esta noche.

Los dos muchachos bajaron del auto y dieron unas vueltas por el parque. A pesar de estar en pleno verano, aquella última noche de julio un frío poco común inundaba la oscuridad de la noche newyorkina. Fue Stacy esta vez quien convenció a Bobby, su novio, de regresar a su coche, pues aquella extraña sensación en su pecho no desaparecía.

- Prefiero irme a casa.
- Bueno, tienes razón, Stacy, está haciendo un poco de frío. Mejor vámonos.

Stacy Moskowitz y Bobby Violante no habían hecho nada relativamente malo ni aquella noche ni ninguna otra, ni juntos ni cada uno por su cuenta. Eran un par de jóvenes normales que regresaban de ver una película como también lo hacían muchas otras parejas. ¿Qué es lo que condujo, entonces, al Hijo de Sam a asestarles tres disparos, dos a Bobby y uno a Stacy? No fue venganza, no fue despecho, no fue ni siquiera una confusión. Fue simplemente algo que sucedió porque estaban en el sitio incorrecto en el momento incorrecto.

Stacy murió algunas horas después, y Bobby perdió el ojo izquierdo y sólo fue posible salvarle el 20% de la visibilidad del derecho. Sucedió todo esto el 31 de julio de 1977, a poco más de un año del primer asesinato que le fuera adjudicado al Hijo de Sam. Sería éste el último también, pues el 10 de agosto ya la policía había reunido suficientes pruebas para detenerlo.

* * *

Betty Broder, esposa de Tony Falco, tiene una hija con él, pero hace ya algún tiempo que están separados. En 1952, Betty conoce Joseph Kleinman y queda embarazada de él.

- No quiero ese hijo. Deshazte de él.
- ¡Es nuestro bebé, Joseph! ¡No puedo hacer eso!
- Yo no me voy a hacer cargo de ese bastardo que llevas en el vientre.
- ¡No entiendes que no puedo!
- Entonces ya ve tú lo que haces con eso, porque puedes olvidarte de mí.

Betty decide no abortar, pero tampoco quiere cargar con otro niño, pues ya suficiente tiene con criar a una niña y a duras penas. Así, decide dar a su recién nacido, Richard David Falco, en adopción. El niño lleva el apellido de casada de su madre, pues ella y Tony Falco nunca se divorciaron.

* * *

Cuando Richard despertó aquella mañana de junio de 1953, no fue el rostro de su madre el que vio, sino el de una enfermera de un orfanato de Brooklyn, en Nueva York. Richard lloró, puesto que era lo único que sabía hacer en sus escasos días de edad, hasta que finalmente se durmió por el cansancio. Algunos días después fue adoptado por Nathan y Pearl Berkowitz, pareja de esposos judíos, y es en casa de ambos donde pasaría el resto de su infancia y adolescencia, bajo el nombre a secas de David y ahora con el apellido semita de sus nuevos padres.

A pesar de la inteligencia notablemente superior de David Berkowitz, su infancia estuvo marcada por su carácter tímido y por su baja autoestima, que trataba de ocultar bajo una apariencia de autosuficiencia, mintiendo, robando y ocasionando incidentes debido a su piromanía. Jugador ávido de béisbol, se ganó la reputación del abusivo del barrio debido a sus arranques de ira y de violencia desmesurada, los cuales, sin embargo, se alternaban con fuertes depresiones causadas por su complejo de inferioridad.

David odió desde siempre a las mujeres. Su madre lo había abandonado siendo un recién nacido, las chicas de la escuela lo despreciaban, y el estrecho lazo entre él y su madre adoptiva se rompería trágicamente cuando, en 1967, Pearl muere de cáncer de mama. David no podría superar jamás aquel trauma que lo conduciría finalmente a ser un misógino asesino.

* * *

Donna Lauria y Jody Valenti, de 18 y 19 años respectivamente, eran amigas desde la infancia. Ambas vivían en el Bronx, uno de los barrios más peligrosos de Nueva York, pero estaban ya acostumbradas a transitar en las oscuras noches de aquella zona. Nada en especial parecía haber aquella noche del 29 de julio de 1976. Hacía algunas semanas que había empezado el verano y la noche era un refrescante alivio al vaho sofocante de las horas de sol.

Como otras noches, Donna y Jody conversaban en el coche de esta última, antes de irse a dormir. Era ya la una de la mañana. No había, sin embargo, nada de que preocuparse, pues al día siguiente no tenían clases en la escuela ya que estaban de vacaciones, y era, después de todo, un viernes.

Antes y después de los cinco disparos sólo hubo silencio de su parte. El Hijo de Sam no dijo nada ni antes de acercarse al coche, ni cuando dirigió el cañón de su Mágnum calibre .44 hacia los rostros de las muchachas, ni mientras se alejaba dejándolas a ambas heridas de muerte, si es que ya no totalmente despojadas de vida.

Este fue el primer asesinato que le fuera adjudicado al Hijo de Sam. Algunos meses después, cuando ya el clima veraniego empezaba a disiparse para dar paso a los vientos poderosos y las hojas caídas del otoño, atacaría de nuevo.

* * *

Sam Carr era un trabajador retirado que vivía en Yonkers, NY, junto con su familia y su perro labrador negro, Harvey. El 19 de abril de 1977, el señor Carr recibió una carta anónima que rezaba:

“Le he pedido amablemente que haga que su perro pare de ladrar todo el día, pero él lo continúa haciendo. Le supliqué que lo hiciera. Le dije cómo esto estaba destruyendo a mi familia. No tenemos paz ni descanso. Ahora sé qué clase de persona es usted y que clase de familia tiene. Usted es cruel y desconsiderado: no sienten amor por ningún otro ser humano. Usted es egoísta, señor Carr. Mi vida está destruida ahora. Ya no tengo nada más que perder. Puedo ver que no habrá paz en mi vida o en la de mi familia hasta que no acabe con la suya”.

Alarmado, Sam Carr llamó a la policía, pero lo que recibió fue poco más que ninguna ayuda. Ellos, después de todo, estaban dedicados por ahora a atrapar al asesino de la Mágnum 44. Diez días después, Harvey, el labrador que había destruido la vida de la familia del autor de la carta anónima, recibió un disparo en el patio de la familia Carr. Esta vez, la policía decidió prestar mayor atención a este caso.

Después de todo, Harvey había sido herido con una Mágnum calibre .44, además de que existían similitudes entre ésta y otra carta, encontrada en la escena de un crimen, doce días antes, el 17 de abril, y que estaba firmada, ésta sí, por El Hijo de Sam.

* * *

El 23 de octubre de 1976, después de una fiesta, Carl Denaro llevaba en su auto a Rosemary Keenan de regreso a casa. Ambos se habían divertido como si fuese la última fiesta de sus vidas. Después de todo, a los veinte años lo que a uno le sobran son las ganas de vivir.

- Me divertí mucho hoy.
- Yo también, Rosey. ¿No te importa que te llame así?
- Claro que no. Me gusta mucho que me digas así.
- A mí me gusta mucho llamarte así. Hay una fiesta el próximo fin de semana, no sé si quisieras ir conmigo.
- Claro que sí. Me encantaría, Carl.
- Oye, tienes algo en la blusa.
- ¿Qué es?
- Déjame acercarme para ver mejor.

Rosemary sonrió, Carl también. El placer de un beso muchas veces está definido más por las ganas que tienen dos personas de hallar sus labios, más allá de la habilidad que ambos amantes puedan tener. Este hubiera sido uno de los mejores besos de su vida, a pesar de sus escasos 20 años de edad. Nada de esto pensó el Hijo de Sam. Él sólo disparó sin pronunciar palabra, cinco veces, casi podría decirse que torpemente, y dejó a Rosemary ilesa, a pesar de que Carl fue herido en la cabeza.

- Oh, Dios mío -repetía Rosemary mientras manejaba el auto y veía a su amigo desangrarse en el asiento contiguo-. Oh, Dios mío, Carl. ¡Qué te han hecho!

Carl no murió aquella noche, aunque algunas veces hubiera preferido que así fuera, ya que nunca volvería a ser el de antes. El Hijo de Sam había pasado esa noche a convertirse en uno de los asesinos en serie más temidos de la segunda mitad de los 70’s.

* * *

La violencia del servicio militar no fue de ninguna manera un desfogue para el joven David Berkowitz. Ingresó a las Fuerzas Armadas norteamericanas en 1971 y permaneció activo hasta 1974. Sin embargo, de alguna manera pudo evitar participar en la guerra de Vietnam. De regreso a casa, se transformó al cristianismo.

En este punto, una esperanza pareció llegar a la atormentada vida del joven David: estableció contacto con su madre biológica, Betty. Nada, sin embargo, fue como él lo hubiera querido. Su odio hacia las mujeres sólo se incrementó cuando se enteró de las circunstancias de su nacimiento. Así, después de unas cuantas visitas, David y Betty perdieron contacto. A partir de entonces, su vida pública sería pasar de un empleo temporal a otro. David era empleado del Correo Postal de los EE.UU. cuando fue detenido en 1977.

* * *

El 26 de noviembre de 1976, Donna Lamassi, de 16 años, y Joanne Lomino, de 18, regresaban del cine en la noche. «No hablen con desconocidos» es quizá uno de los consejos más trillados que un padre puede dar, lo cual, sin embargo, no desmerece su validez. Donna y Joanne lo sabían, por lo cual apuraron el paso cuando se dieron cuenta de que un extraño las seguía por la calle.

La vergüenza nos orilla a actuar de maneras incoherentes muchas veces. En vez de correr, de escapar de aquella presencia que altera nuestra paz, decidimos seguir caminando, porque el temor a ser visto como un cobarde es mayor que el temor a ser víctima de un crimen. Donna y Joanne no corrieron, así que aquel hombre pudo alcanzarlas, tocarlas en el hombro y preguntarles: «¿Saben en dónde está...?». La Mágnum .44 terminó la frase con cuatro atronadores disparos.

Finalmente, Donna se recuperó del todo, pero Joanne quedó parapléjica el resto de su vida. El Hijo de Sam se adueñaba poco a poco de las pesadillas de los habitantes de Nueva York.

* * *

Los crímenes del Hijo de Sam se sucedieron también durante 1977. El 30 de enero, Christine Freuna y su prometido John Diel fueron atacados. Christine recibió dos balazos en la cabeza y murió instantáneamente, mientras que John pudo escapar.

El 8 de marzo, Virginia Voskerichian fue atacada cuando regresaba de sus clases. El Hijo de Sam le apuntó en la cara, y ella sólo atinó a cubrírsela con sus libros, que resultaron por demás insuficientes para salvarle la vida. Un hombre, testigo de todo, pudo ver el rostro del asesino, pero cuando éste pasó a su lado, sólo profirió un cortés y asustadizo: «Buenas noches».

El 17 de abril, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. Joe Coffey, detective de la policía de Nueva York, había relacionado desde principios de 1977 los asesinatos del año anterior de Donna Lauria, Jody Valenti y Joanne Lomino, con el ataque sucedido el 30 de enero de ese año. El ataque del 8 marzo coincidía, de igual manera, con el perfil del hombre que buscaban, aunque lo único que supieran de él hasta entonces era que su arma era una Mágnum calibre .44.

Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. El Hijo de Sam se había vuelto más confiado a la hora de cometer sus crímenes, pero asimismo más descuidado a la hora de planearlos. A sabiendas de que la policía la buscaba, luego de asesinar a Valentina Surani y a su novio Alexander Esau mientras ambos se besaban en un coche, el 17 de abril, el Hijo de Sam se dio a conocer al mundo con una carta dirigida a la policía:

“Querido Capitán Joseph Borrelli: Estoy profundamente herido debido a que ustedes me llaman un misógino. No lo soy. Pero soy un monstruo. Soy el Hijo de Sam. Soy un pequeño rapaz. Cuando Padre Sam se emborracha, se vuelve malo. Golpea a su familia. A veces me ata a la parte trasera de la casa. Otras veces me encierra en el garage. Sam adora beber sangre. ‘Ve afuera y mata’, me ordena Padre Sam. Detrás de nuestra casa algunas descansan. Muchas son jóvenes -violadas y degolladas- su sangre drenada -sólo huesos ahora”. La carta continúa por algunos párrafos más.

Esta fue la carta que llevaría a los policías a sindicar a David Berkowitz como el asesino de la Mágnum 44, a quien ahora llamaban el Hijo de Sam.

* * *

Luego de salir del servicio militar, David Berkowitz se mudó de la casa de sus padres adoptivos, en Brooklyn, a Yonkers. Uno de sus vecinos era el señor Sam Carr, dueño de un perro labrador negro. El portero del edificio donde vivía David le dijo a la policía que lo único que sabía de él era que siempre pagaba a tiempo sus cuentas.

* * *

El 29 de julio de 1977 se cumplía un año desde el primer asesinato que fuera adjudicado al Hijo de Sam. La policía, por tanto, no podía descuidarse en aquella ocasión, ya que lo más probable era que tratara de asesinar nuevamente aquella noche. Para esa época, el doctor Martin Lubin, psiquiatra, había elaborado un perfil del asesino: un hombre paranoico, que quizá se consideraba poseído por fuerzas diabólicas y que probablemente tenía problemas para relacionarse, especialmente con las mujeres.

La noche, sin embargo, transcurrió tranquila. El Hijo de Sam decidió no atacar en aquella fecha, sino dos días después, el 31. Esta vez las víctimas fueron Stacy Moskowitz y Bobby Violante.

La policía no podía dejarle pasar ni una más al Hijo de Sam. El 10 de agosto, a las 7:30 p.m., los oficiales a cargo de la operación Omega, encargada de atrapar al asesino de la Mágnum 44, se abalanzaron sobre un hombre que salía de un edificio en Yonkers, NY.

- Ahora que te tengo, dime, ¿a quién tengo? -dijo el oficial que esposaba al hombre que acababan de someter.
- Soy el Hijo de Sam, David Berkowitz. ¿Por qué les tomó tanto tiempo?

* * *

David Berkowitz se declaró en primera instancia como el victimario de todas las mujeres asesinadas por el arma del Hijo de Sam. Afirmaba escuchar la voz de un demonio de 6000 años reencarnado en “Sam” el perro del vecino, el cual le daba órdenes de matar. Los psiquiatras diagnosticaron a Berkowitz como esquizofrénico paranoide de personalidad antisocial.

Posteriormente, David Berkowitz reveló, estando ya encarcelado, que no había sido él el responsable de todas las muertes que se le imputaban, sino que formaba parte de una secta satánica relacionada con el famoso asesino Charles Mason.

Las declaraciones de Berkowitz coinciden con las investigaciones de la policía, la cual, sin embargo, prefirió dejar de lado las pistas que indicaban que el oficial postal de Yonkers era tan sólo uno de los adeptos de más bajo rango dentro del culto, y que había sido usado como chivo expiatorio para encubrir a los miembros de mayor posición.

* * *

¿Qué orilla a un hombre a matar sin razón alguna? Uno puede tener una infancia horrible, puede ser abandonado al nacer por sus padres y sufrir la muerte de su madre adoptiva siendo adolescente. Uno puede sentirse rechazado por la sociedad y en especial por las mujeres, comprarse un arma para tratar de sentirse más seguro de uno mismo. Uno puede finalmente ingresar a una secta satánica y cometer asesinatos en nombre de demonios milenarios. Pero si todas estas cosas le sucedieran a una misma persona, si alguien tuviera una vida tan desafortunada, inevitablemente tendremos al Hijo de Sam, individuo paranoico y asesino en serie de mujeres.

Hoy David Berkowitz está recluido en la cárcel de máxima seguridad Attica con una condena de 365 años. Mantiene además una página web denominada “Forgiven for Life”, en la cual ofrece declaraciones en video, da consejos a los adolescentes, ha publicado diversas cartas de clemencia y apoya a un fondo ultracatólico. El Hijo de Sam recuerda en esta página web, entre otras cosas, que una noche, cuando convalecía de una herida degollante que le valió 56 puntos en el cuello, encontró la salvación en la Biblia.

Berkowitz también planea lanzar un libro denominado “Son of Hope”, donde narra su transformación evangélica y humana, y pretende donar las ganancias del mismo a las familias de sus víctimas.

viernes, 24 de noviembre de 2006

La muerte y su influencia sobre mi vida

Muchas personas no han visto un cadáver en toda su vida. Yo, en cambio, he asistido a muchos más funerales de los que quisiera o hubiera esperado. Y siempre me he acercado al cajón a mirar de cerca de los difuntos. No es que alguna vez le haya deseado esa suerte a alguien, pero la Muerte ha ejercido en mí un influjo considerable y persistente, tanto como para escribir su nombre casi siempre en mayúscula.

No sé cuándo empezó mi necrófila afición, pero recuerdo bien que desde que empecé a escribir los primeros adefesios que tuve la osadía de llamar poemas, el tema ya estaba presente, y por mucho era uno de los más recurrentes en mi universo lírico. Quizá haya tenido que ver algo con aquel libro de quiromancia que encontré en mi farmacia, de cuyas 200 páginas lo único que aprendí fue a determinar la edad en que uno ha de morir.

Es aquí donde entra a tallar otro hito en mi historia personal, el que ha sido quizá uno de los más determinantes en moldear mi simpatía por la Muerte. Como buen hijo de los años noventa y como respetuoso cultor de los setentas, me sentí siempre fascinado por aquel extraño fenómeno que constituye el Club de los 27. Diversos músicos y artistas de ambas épocas encontraron la muerte a esa edad, entre los cuales se cuentan a Kurt Cobain, Janis Joplin, Jimi Hendrix y Shannon Hoon (que murió a los 28 años, pero, vamos, qué son unos meses), víctimas de aquella fatídica combinación que siempre constituyen el Destino (en su sentido más fatalista) y la sobresaturación de estupefacientes.

¿Que cómo se relaciona el Club de los 27 con lo que me auguran las líneas de mi mano? Bueno, adivinen a qué edad señalan éstas que he de morir. No es que lo ansíe, por lo menos no conscientemente, aunque siempre me ha gustado bromear sobre este hecho. Claro está que no a todas las personas les causa gracia, en ese aspecto, mi sentido del humor.

Hoy, a dos años del supuesto quiromántico de mi deceso, la Muerte sigue siendo una presencia constante en el devenir diario de mis pensamientos. Sin embargo, con la madurez que acarrea (o debería acarrear) el envejecer, mis reflexiones sobre Ella son, con suerte, más profundas ahora que cuando era un quinceañero; en ese entonces, mi admiración por la Muerte bien podría haber sido entendida por muchos más como producto de una pose adolescente que como una legítima búsqueda del sentido de mi existencia.

Ayer, por ejemplo, pensaba en la validez de aquel dicho popular que reza: “todos somos iguales ante la muerte”. ¿Iguales en qué sentido? El problema de esta afirmación radica, según creo, en que el paradigma capitalista nos ha llevado a pensar en el dinero como el eje que define en última instancia a los hombres: una persona es más o menos que otra por la cantidad de capital que maneja. Y es bajo ese punto de vista que se legitima el adagio en cuestión: la Muerte nivela a los hombres porque los despoja del dinero. Sin embargo, a pesar de que la Muerte nos iguala en ese sentido, existen otras perspectivas a tomar en cuenta cuando estamos frente a Ella. La valentía es una de ellas.


Siempre he sido un fanático de las películas épicas, aquellas en que los grandes valores son los que cuentan, los que definen a los personajes, los que los orillan de manera casi inevitable a realizar grandes actos de valentía. Quizá por eso considere tan importante la forma en que cada uno enfrenta a la Muerte, no en alguna batalla quirúrgica o farmacológica en su contra, sino en la actitud que uno adopta cuando se está cara a cara frente a Ella y ya no es posible seguirla burlando.

La valentía (o cobardía) de un hombre está definida por cómo afronta lo inevitable. Es más fácil ser héroe cuando se tiene aún la opción de ganar que cuando se está frente a una causa perdida, y la Muerte es esto último casi por antonomasia. El verdadero valor de un hombre (no en el sentido de su valía, sino de su coraje) puede descubrirse sólo cuando está en una situación irremediable. Muchas veces se le confunde con la resignación. Nada menos cierto: resignarse es agachar la cara frente a la Muerte, ser valiente es mirarla a los ojos.

Retomando la idea de la Muerte como igualadora de los hombres, tendríamos de hecho que repensar la validez de tal afirmación si nos remontamos a la forma en que aquella era considerada entre los antiguos Egipcios. Para ellos, no había de hecho nada más discriminador que el paso a la Otra Vida, tanto así que la gente rica tenía derecho a un embalsamamiento más lujoso -indicador de su estatus de ambos lados del Río de los Muertos- y podía literalmente llevarse sus pertenencias a la tumba, ya que le serían de utilidad también en el Más Allá. ¿Qué hace más valederas nuestras creencias por sobre las de ellos? Supongo que nada. Ser monoteístas no nos hace saber más acerca de la desconocida naturaleza de lo que nos espera al morir.

Del mismo modo, así como nosotros entristecemos y lloramos a nuestros muertos, en algunos lugares -tan cercanos como nuestros propios Andes o lejanos como el África- los funerales son muchas veces juergas memorables. No se celebra porque una persona haya muerto, creo que nadie con un poco de sangre en la cara sería capaz de hacer eso. En nuestra sierra se hace bailar el cajón del muertito como señal de un enorme cariño por parte de los deudos. En África se festeja cuando el difunto ha tenido una vida larga y productiva.

Sin embargo, donde las cosas van más lejos es en Nueva Orleáns. Esta tierra de negros, hoy lamentablemente en ruinas, años atrás celebraba la Muerte con festivas marchas funerarias (el dixie que daría origen al jazz) como la memorable When The Saints Go Marchin’ In. Pero las cosas no se quedan ahí: como contraparte, los nacimientos también son acompañados por música, pero esta vez se trata de melodías sombrías, interpretadas como señal de tristeza por el nuevo ser que viene a un mundo donde sólo le espera el sufrimiento.

A muchos les es inevitable llorar ante la Muerte de un ser amado. Es algo natural, sobre todo si se trata de alguien que muere precozmente. Pero, ¿puede ser realmente prematura la Muerte? Este es una idea que está profundamente relacionada con la idea de la predestinación.

El Destino es un plan inevitable: somos los actores de una función a la que Dios puede sólo asistir como espectador, en la cual no puede intervenir. Entonces: lo prematuro se adelanta al plan que para él se había preparado; pero la Muerte no puede ser ajena a este plan, es de hecho su condición, el límite de las cosas terrenas que a fin de cuentas son las que fundan el mundo en que vivimos: todo tiene su final, como dice la canción, en este mundo de finitudes. Un plan implica que lo que se planea ha de expirar en algún momento... más aún si se trata de una frágil vida humana.

Y si, después de todo, no hay plan, si el Destino no existe, si Dios puede jugar a los dados y no saber de antemano el resultado, no cabe pensar siquiera en que algo pueda ser o no prematuro: simplemente no hay cabida para esa categoría, sin plan no hay espera, sin plan sólo hay contingencia. La Muerte pudo o no llegar, y llegó: no fue prematura, simplemente fue.

Algo no es prematuro sólo porque desafía a las estadísticas: eso es tan sólo otra creencia falaz de nuestra sociedad de masas.

No sé si alguna vez mis ideas le darán respuesta o descanso a alguien, ni siquiera a mí, pero son simplemente inevitables mientras aparecen diariamente en mis pensamientos, como lo dije desde un principio. La Muerte es parte de lo que nos define como seres humanos. Temerle, o simplemente tratar de olvidar que existe, no hará que desaparezca, porque, después de todo, morir es parte de lo que somos.

Por ahora, sólo me queda esperar para saber si me admite en el Club de los 27. Una edad curiosa para morir, los 27: la mayor parte de las personas recién empieza una vida propia a esa altura de su existencia, mientras que todos los miembros de este club ya han hecho todo lo que tenían que hacer para cuando se unen a él. ¿Ya hice todo lo que he venido a hacer a este mundo? Lo sabré en 2 años.

martes, 10 de octubre de 2006

EL PAPEL DEL DESTINO EN LA VIDA Y MUERTE DE LOS HOMBRES: Ensayo sobre la Fatalidad en Crónica de una muerte anunciada

Desde el título, “Crónica de una muerte anunciada” se apura en augurarse como una narración acerca de la Fatalidad como hilo conductor de las vidas de los hombres. Un anuncio es un pronóstico, el cual no podría haber sido enunciado si es que no estuviera ya decretado de antemano. ¿Por quién? Bien podría llamársele Destino o Hado. Los designios de éste son vistos como irrefutables, y su autoridad es hecha valer a través de los actores humanos que se encargan de ejecutarlo, muy a pesar de la voluntad que estos tengan de cumplir o no con el rol que se les ha asignado.

Por su parte, la Muerte es la representación más literal de la Fatalidad de la Vida. El dramatismo de la oposición entre ambos términos (Muerte y Vida) potencia el simbolismo. No existe Destino más explícito que el fin de la existencia terrena: desde niños, a todos se nos es presentada la Muerte como El Límite por antonomasia. Y un límite no es más que el plazo otorgado para cumplir un plan: nuestro Destino está enmarcado por un círculo que se cierra cuando nos convertimos nuevamente en Nada.

Los personajes de la obra se encuentran movidos por un profundo sentido de la Fatalidad, expresada en diversas manifestaciones de la cultura y la idiosincrasia populares. El Código Machista que rige las cuestiones de honor en el pueblo no es sino la secularización del Destino en su sentido más metafísico; las señales del mismo son apercibidas a diestra y siniestra; los hombres reconocen su papel de actores en una trama mayor y ajena a su escaso alcance humano.


El Destino como guionista de las vidas de los hombres
Todos en el pueblo reconocen o buscan conocer su parte en el rompecabezas de la muerte de Santiago Nasar. Existen una serie de hechos fortuitos y únicos que suceden el día fatal, y que han sido propiciados de una u otra forma por las acciones de los pobladores.

Tal es la conciencia de saberse parte de un plan más grande que ellos mismos, que los pobladores desean que quede constancia (ante la Ley) de su participación en el Destino de Santiago Nasar. Los testigos se presentan ante el juez instructor sin ser llamados y cada cual cuenta su nivel de involucramiento en la suerte de la víctima, por más ínfimo que éste sea.

El sentido de ser llevado por una fuerza más grande que uno se presenta en la metáfora casi explícita de Santiago Nasar siguiendo las voces de quienes intentan salvarlo, cuando éste ya se ha enterado de que está signado para morir. De hecho, mientras se encontraba en el estado puro de la ignorancia, la víctima se escabulló tantas veces de los cuchillos de los gemelos Vicario que uno podría aventurarse a decir que su suerte no podría estar sellada sino hasta que él mismo se enterara de lo que le había sido designado ese día por el Destino.

Santiago Nasar no podía morir acuchillado hasta que no se enterara de que iba a morir, como si la revelación en pleno de su Fatalidad fuera en realidad la causa de su muerte, y no alguna de las siete heridas mortales que lo destriparon y desangraron. Cuando a un hombre se le otorga el privilegio de conocer el final del camino hacia donde lo conducen sus pasos, o renace o bien muere. A Santiago Nasar los puños desnudos no le fueron suficientes para sobrevivir a los cuchillos de matarife de los gemelos Vicario.

Es anecdótico el personaje del juez encargado de la investigación: su admiración por la Fatalidad es demostrada varias veces en las anotaciones que hace en el sumario del caso. «La fatalidad nos hace invisibles» es quizá una de las más memorables.


El círculo de la Vida
Quizá la metáfora más saltante para representar esta idea es el hecho de que Santiago Nasar empieza su día en la cocina de su casa, y regresa, finalmente, a morir en el mismo lugar. A pesar de que todo el pueblo había estado celebrando debido al matrimonio de Bayardo San Román y Ángela Vicario desde el día anterior, el nuevo día de la víctima empieza de hecho recién en la cocina.

El acto que inaugura las acciones de Santiago Nasar aquella mañana es el haberse despertado luego de un sueño de pájaros y árboles. Sin embargo, existe un hecho que celebra el Destino que le espera: los conejos que son destazados en la cocina por Victoria Guzmán. A quien va a morir se le es ofrecida una visión de su propio fin, una revelación, por lo que la inusitada sensibilidad de su reacción ante ella no fue más que la compasión ante el propio dolor reflejado en aquellos seres indefensos. Nos encontramos aquí frente a un rito de iniciación.

El círculo es completado cuando Santiago Nasar regresa a la cocina. Su muerte pudo producirse en el mismo sitio donde fue apuñalado, pero sean cuales sean los motivos que empujaron al moribundo a entrar en su casa, lo cierto es que acaba, finalmente, tendido en junto a las tripas de conejo.


La defensa machista del honor
El código de valores bajo el que se ampara el asesinato de Santiago Nasar, el código de honor machista que rige la vida del pueblo, es otra representación de la influencia arrolladora del Destino en la vida de los seres humanos. Del mismo modo en que no se puede escapar a los designios del Hado, la Ley tácita instaurada por el machismo conduce el accionar de los hombres, muchas veces en contra de su propia voluntad.

Bayardo San Román desata la tragedia al seguir el impulso de lo que le dicta su indignación de macho estafado, luego de que se da cuenta de que no es el primer hombre en la vida de su esposa. Todos los actos de Bayardo han sido, desde el momento mismo de su llegada al pueblo, realizados amparándose de hecho en el machismo: a pesar de su disfraz de hombre mundano y liberal, en el fondo no es sino otro caribe más que ha sido criado bajo el mismo código de valores que el sitio a donde va a buscar mujer, como buen macho. Muy a su pesar devuelve a Ángela Vicario a su casa de soltera, para ir a ahogarse luego en el pesar etílico de su propio dolor.

Por su parte, los gemelos Vicario hacen de hecho todo lo posible (siempre dentro del código de honor machista) para que alguien los detenga, o por lo menos para que prevenga a su víctima del peligro que sobre él acecha. Sin embargo, ellos saben que aquel día Santiago Nasar debe morir: eso es algo inevitable. ¿Por qué no se detienen a preguntar si es él verdaderamente quien le ha arrebatado el “honor” a su hermana? Tal proceder no tiene cabida dentro de la idiosincrasia del pueblo. Ángela Vicario sabía que podría desencadenar la muerte de un hombre; no obstante, actúa de la forma que le correspondía según la forma en que había sido criada.

Tanto el Machismo como el Destino son sistemas cerrados que no admiten que nada escape a sus reglas y resoluciones. El primero es una ideología fanática, y por tanto se encuentra recluido dentro del sesgo que sobre sí mismo se ha impuesto; el segundo es una entidad metafísica y está pues fuera del alcance de los mortales. Ninguno de los dos admite cambios que no se encuentren ya estipulados dentro de su mismo diseño o plan, respectivamente. Ambos han sellado, finalmente, la suerte de incontables hombres a lo largo de la historia.

lunes, 9 de octubre de 2006

LAS AGUAS NO PUEDEN RECLAMAR: Contaminación en la cuenca baja del río Chillón

El cauce del río Chillón está vacío. En los meses de verano, sin embargo, todos los ríos de la Costa vuelven a fluir, algunos con un flujo menudo y tímido, otros con la arrolladora fuerza de la Naturaleza cuando sabe ser destructiva. En marzo de 1998, en lo que fue el fenómeno del Niño con más fuerza de la década pasada, el río Chillón se desbordó e inundó 5 distritos: las poblaciones aledañas a la corriente en Puente Piedra, San Martín de Porres, Los Olivos, Ventanilla y Callao fueron arrasadas por las aguas. Los daños materiales y personales fueron cuantiosos.

Más que una arremetida injustificada de la Naturaleza, las continuas inundaciones que han afectado a la cuenca media y baja del valle del Chillón han sido consecuencia directa de la acción del hombre. Además de asentarse en zonas que constituyeron durante milenios el cauce natural del río, las poblaciones son perjudicadas por el arrojo de residuos sólidos a las riberas del río que ellos mismos realizan. Dichos restos, a su vez, ocasionan problemas como contaminación de regadíos y del ganado, además de ser foco infeccioso de distintas enfermedades.


Todas las aguas nacen impolutas
El río Chillón nace como producto del desagüe de las lagunas Chuchuncocha, Rihuacocha y Ullucocha, en la Cordillera de la Viuda. Recorre el departamento de Lima de Este a Oeste por 126 km, antes de desembocar en el Océano Pacífico, en la Provincia Constitucional del Callao.

Los afluentes del río Chillón provenientes de las lagunas convergen frente a la ciudad de Canta. Nada en la corriente que cobra forma en esta localidad hace sospechar que aquellas diáfanas aguas serranas terminarán convirtiéndose en una acequia pestilente al salir de Lima.


Cuando "río" es sinónimo de "vertedero"
Lima no se caracteriza precisamente por su limpieza. En el caso específico de las cuencas hidrográficas sobre las que se asienta la ciudad, y a pesar de los denodados (aunque algunas veces no tanto) esfuerzos de las municipalidades de la capital, la situación no es sino una manifestación más de esta triste realidad. La falta de educación ambiental, así como la ausencia de servicios de desagüe y de recojo de basura, han hecho que los ríos Chillón, Rímac y Lurín se hayan convertido en colectores naturales de los residuos de las poblaciones apostadas en sus riberas.

El ingeniero Carlos Alva Huapaya, de la Dirección General de Salud Ambiental (DIGESA), realizó un estudio acerca del efecto que produce la acumulación de estos desechos en las riberas de los ríos. Existe una «alta contaminación del agua, por las descargas en abundancia de residuos sólidos que los mismos pobladores arrojan», además de contribuir al desborde del río durante la época de lluvias, afirma. Como anécdota, el ingeniero Alva cuenta que, mientras obtenía muestras de agua para su estudio, es por poco golpeado en la cabeza por una bolsa de basura arrojada desde un puente. «Arrojan desmonte y también follaje», agrega mientras ríe, recordando lo sucedido.

La contaminación no es, sin embargo, un tema para reír. El río Chillón no sólo es ensuciado por los residuos sólidos, que colmatan su capacidad de conducción e incrementan la posibilidad de una inundación. Además, existen desagües clandestinos que arrojan sus aguas a la corriente, y que provienen de empresas -igualmente ilegales- textiles y de curtiembre, en los distritos de Carabayllo y San Martín. «Eso es lo que hace que se produzca un cambio en el color del agua» afirma Pedro Baras Valle, representante de la Dirección General de Gestión Ambiental de la Municipalidad de Los Olivos. «También existe el problema de la quema de desechos, que al final termina contaminando el aire de la zona», agrega su compañera, Mercedes Huarino Chura.


Lo que comes es lo que eres
Los problemas ocasionados por la contaminación del valle no terminan aquí. Las aguas polutas provenientes de la cuenca media son desviadas en el distrito de San Martín hacia diversas acequias que sirven como canal de regadío para plantaciones de chala y cebolla china, entre otros cultivos de tallo corto. La primera es utilizada para alimentar al ganado bovino, caprino y ovino que se cría por los mismos pobladores de la zona, y cuyo destino son los mercados cercanos y los puestos de La Parada, los cuales son también el paradero final del segundo tipo de planta.

Los mismos agricultores de la zona reconocen que las aguas con que riegan sus plantaciones no son para nada saludables. Toda la basura proviene «de la acequia que la población bota», manifiesta Rubén, un sexagenario trabajador de las plantaciones de chala. «La Municipalidad no viene por acá, no recoge la basura», continúa.

Del mismo modo, tanto en San Martín como en Ventanilla existe ganado porcino que es alimentado con los restos que se depositan diariamente en las riberas del río Chillón. A pesar de que los Concejos de dichos distritos lo nieguen fehacientemente, el ingeniero Alva de DIGESA y los representantes de la Municipalidad de Los Olivos, Baras y Huarino, son categóricos al afirmar que los cerdos que se crían en estas zonas son mantenidos a base de la basura depositada en las riberas, según ellos mismos han podido apreciar. Este hecho también ha sido confirmado por los mismos pobladores al ser entrevistados.


Educar para no tener que limpiar
La educación es la mejor arma para combatir todos y cada uno de estos males. Las Municipalidades, con el apoyo de la empresa privada, tienen el deber de realizar programas de concientización, sobre todo en las escuelas, ya que, finalmente, son siempre los niños los más afectados. De igual manera, se debe mejorar el servicio de recojo de la basura producida por los hogares de las zonas del valle, además de implementar los servicios de agua y desagüe. En algunos casos, sin embargo, el problema es definitivamente un poco más complicado debido a la confluencia de diversos factores, como en el de Chuquitanta.

La elección de un futuro distinto para el río Chillón está en la capacidad de educar a la población, por parte de quienes tienen (o deberían tener) el conocimiento y la capacidad para revertir la situación: las Autoridades.





Chuquitanta: El pueblo que ya una vez el río se llevó

La urbanización de San Diego está ubicada en el distrito de San Martín, a orillas del río Chillón, en el límite con Puente Piedra, Los Olivos y Ventanilla. Chuquitanta es el asentamiento más joven de la zona, con casi tres décadas de antigüedad. Jaime llegó hace 5 años: «Me vine a vivir aquí de San Juan de Lurigancho. Compré mi terreno y me vine con mi familia».

A Jaime lo encontré un domingo, junto con su esposa e hija, lavando la ropa en un puquial en la margen derecha del río. «La gente viene acá, como no tenemos agua potable entonces la gente trae su ropa para lavar, y los niños aprovechan para bañarse y para pescar». En todo el perímetro del manantial, varias decenas de personas están haciendo lo mismo que Jaime. A unos pasos de él, un hombre se lava los dientes y la cara en la misma agua en que, varios metros más allá chapotean unos cuantos niños.

Durante la época de verano, el puquial crece, y toda la población de Chuquitanta se vuelca a él para realizar días de campo. En verano, sin embargo, también aumenta para el asentamiento el peligro de una inundación. Ya en 1981 se produjo una crecida que arrasó con toda la zona, y desde entonces los desbordes han sido periódicos.

Actualmente se han construido barreras de contención en ambas márgenes del río. El peligro sigue siendo, sin embargo, latente. Chuquitanta está ubicada sobre lo que alguna vez fuera el cauce del río Chillón. La acumulación de residuos sólidos vuelve el peligro aún mayor, de modo que las medidas preventivas tomadas hasta el momento son insuficientes.

Jaime sigue lavando. «La gente bota su basura al río y a la acequia. Lo que pasa es que aquí el camión de la basura viene una vez a la semana, pero igual la gente sigue botando su basura al río. Lo que pasa es que como la mayoría de gente de aquí no tributa, entonces la Municipalidad no se preocupa».

La acequia de la que habla Jaime recorre la margen izquierda del río y, así como recoge los desperdicios de todos los lugares por donde pasa, también riega las plantaciones de la zona. Jaime habla también de ratas y de zancudos como «algo natural de las acequias», y me es inevitable recordar las epidemias de dengue y bartolenosis que hasta hace poco han remecido las páginas de los diarios.

Dejé a Jaime continuar con su faena, y mientras me alejo me alegro de que, por lo menos este año, el fenómeno del Niño no vaya a ser tan intenso. Al menos eso dicen. ¿Me parece o está empezando a llover?

lunes, 2 de octubre de 2006

Héctor al Congreso

Ya tengo 25 años. La Constitución Política del Perú estipula que, para ser Congresista de la República, uno debe ser peruano de nacimiento, haber cumplido 25 años y gozar del derecho de sufragio. Yo:

  1. tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz de haber nacido en esta hermosa tierra del Sol;
  2. tengo un cuarto de siglo de existencia, y
  3. voté por los candidatos menos peores de todas las elecciones que han habido desde el '99 hasta ahora y no he sido recluido por ningún crimen (y no, no me es posible reemplazar el sincero aunque ambiguo "sido recluido por" por lo que sería un falaz "cometido").

Hoy me di cuenta de que ya puedo ser Congresista. Mejor dicho, hoy me di cuenta de que ya tengo edad para ser Congresista. Todos los que me conocen bien saben a qué me refiero: no, hoy no es mi cumpleaños, hoy es sólo un día más en que me siento un poquito más viejo que en los noventas.

lunes, 25 de setiembre de 2006

Un Express para saborear (y recordar) por 10,000 años: Breve reseña sobre Chungking Express

Si bien el nombre de Quentin Tarantino figura en la caja del DVD en grandes letras capitales, este afamado cineasta poco o nada tiene que ver con esta producción*. Chungking Express es una obra escrita y dirigida por Wong Kar-Wai, y relata las historias de dos parejas en Hong Kong, de donde Kar-Wai es originario. El nombre hace alusión a las Torres de Chungking, lugar de esta ciudad asiática donde se ambienta la mayor parte de la trama, y al Midnight Express, puesto de café al paso que sirve de punto de confluencia entre las dos historias alrededor de las cuales está construida la película.

Muy poco puede criticársele a ésta, la cuarta obra de Kar-Wai. Las historias y los diálogos son fantásticos y por momentos incluso poéticos, la selección musical es magnífica, la fotografía es maravillosamente efectiva al momento de reflejar la soledad en la que se encuentran inmersos los protagonistas. La desconexión entre ambas historias es una metáfora más de todas las que se encuentran a lo largo de la película respecto al aislamiento del hombre de la ciudad.

La mayoría de las relaciones humanas que se establecen durante la película no pasan más allá de ser contactos fugaces entre personas que preferirían, en realidad, evitarse entre sí. Sin embargo, incluso en la Selva de Chungking (nombre original del film), es posible encontrar momentos de calidez humana. El encuentro fortuito entre dos seres solitarios puede tener como desenlace la felicidad de un recuerdo que durará por 10,000 años**, o el accionar obsesivo y compulsivo, pero asimismo maravilloso y extraordinario, de una "loca" mujer enamorada.

Ésta es una deliciosa cinta de amor, que no cae en la cursilería de la comedia romántica de Hollywood ni en la sofisticación muchas veces absurda del cine rebuscado que se tilda de intelectual. El estilo de Kor-Wai, que consiste en ir redactando el guión conforme avanzan las grabaciones, así como el continuo uso del cámara-en-mano, contribuyen a darle dinamismo a la película. Chungking Express es, además, de lectura bastante fácil, gracias a la naturalidad de las actuaciones y de la elección de planos, junto con una banda sonora que utiliza temas profundamente difundidos en la conciencia y la emotividad colectiva (como la entrañable California Dreamin' de The Mamas And The Papas, o Dreams, tema de Cranberries interpretado por Faye Wong).


Una película, en definitiva, altamente recomendable, de esas que se disfrutan cuando uno es un empedernido enamorado del amor, o un solitario recalcitrante, o (mejor aún) ambas cosas a la vez.


FICHA TÉCNICA
Dirección: Wong Kar-Wai
Producción: Chan Yi-Kan
Guión: Wong Kar-Wai
Protagonistas: Brigitte Lin, Tony Leung Chiu Wai, Faye Wong, Takeshi Kaneshiro, Valerie Chow
Música: Frankie Chan, Roel A. García
Fecha de lanzamiento: 8 de marzo de 1996 (USA)
Duración: 102 minutos (USA), 98 minutos (Hong Kong)
Lenguaje: Cantonés, mandarín, inglés


* Quentin Tarantino, un admirador de Wong Kar-Wai, fue quien decidió promover la película en los Estados Unidos (Fuente: Wikipedia).
** "If my memory of her has an expiration date, let it be 10,000 years...": Tagline de Chungking Express.

lunes, 18 de setiembre de 2006

¿PERIODISMO DOMESTICADO?

Ensayo basado en "La transformación de los medios tradicionales e Internet: mediamorfosis o mediacidio"

Creer que la Internet ha puesto el poder mediático en manos del común de los mortales es una quimera que sucumbe ante el propio peso de su ingenuidad.

Muchos han propuesto que la aparición de los blogs se ha constituido en una forma eficaz para que los usuarios comunes y corrientes puedan pasar a ser parte del flujo de información. La posibilidad de acceder a la Red ha aumentado notablemente en los últimos años y empezar un blog es relativamente fácil, incluso para los menos duchos en el manejo de herramientas de Internet.

Sin embargo, son muy escasas las probabilidades de que un ama de casa, un estudiante universitario, un vago cibernauta cualquiera de los que abundan en esta ciudad, puedan aportar una información relevante para su comunidad. Las "noticias" que pululan en los blogs (con muy honrosas pero contadas excepciones) no van más allá de alguna emotiva reseña sobre el 20 que se sacó su hija en la escuela, el amor incondicional hacia su enamorada o una nueva forma de bajar pornografía sin pagar.

El poder que, sin embargo, sí se ha esparcido entre los blogs como una irrefrenable infección es el de la Opinión. Hoy por hoy, cualquiera puede decir lo que quiera sobre cualquier cosa y ser leído en cualquier parte del mundo. Estas opiniones, lamentablemente:
  1. no importa lo inteligentes, acertadas o agudas que sean, puesto que la cantidad de personas que acceden a éstas es mínima en comparación con las que son bombardeadas desde el Poder (cualquiera sea el que esté en juego) por la versión institucional de tal o cual tema, o
  2. son simple y llanamente furibundas y/o estúpidas.
El lado negativo de esta redistribución de la Opinión es que su poder se ha repartido de manera demasiado puntual, perdiendo vigor para hacerse sentir (y ni que decir de valer) desde una perspectiva específica.

Es ese el poder que todavía poseen los medios tradicionales. A parte de monopolizar entre ellos mismos las noticias que llegan a nuestros ojos y oídos, aún poseen una fuerza difícilmente alcanzable por un redactor común y corriente de blog. Mucho más aún si dichos medios han decidido dar el salto e incursionar en la Internet.

Los medios tradicionales han construido su legitimidad durante generaciones. A simple vista podría parecer que el crecimiento geométrico de la Red podría llegar a desplazarlos en lo que se refiere a credibilidad y al poder para generar opinión pública. Sin embargo, esto no parece algo factible por lo menos hasta donde se perfila el horizonte de la historia de las Comunicaciones.

Si bien es cierto que existe una crisis de credibilidad de ciertas empresas en el mundo de los Mass Media, ésta no ha sido generada ni de lejos por la Internet. Eso es un papel que le queda grande a los modestos blogs. El desplazamiento de la legitimidad se ha dado y se sigue dando entre los mismos Grandes Medios: hace una década era CNN quien llevaba la batuta de la "Verdad" (hasta donde pueda ser viable este término) periodística, ahora es Al-Jazeera.

Acceder a las tecnologías verdaderamente masivas requiere una inversión económica que el común de los mortales no poseemos. Y aunque lo parezca, la Internet no es un medio masivo básicamente porque:
  1. no posee un público objetivo definido
  2. no posee un contenido definido
Los medios masivos de comunicación siguen siendo la TV, la radio y la prensa. Desde el punto de vista periodístico, la Internet es, por el momento, sólo un nuevo canal a través del cual se transmiten los contenidos de los medios tradicionales, y mientras no se supere esa barrera, la legitimidad seguirá estando las manos de éstos.

sábado, 16 de setiembre de 2006

Hombre = XY

Soy un hijo de los noventas. Papá, mamá, lo siento, pero es así. Cuando empecé a notar la clase de mundo en que me encontraba, Bush había decidido invadir Irak, Fujimori había disuelto el Congreso, Kurt Cobain se había suicidado con una escopeta. Los noventas le declararon la guerra al glamour, fueron la década de la crudeza y del despertar a las alertas globales.


Nací en el lindero que separa a las generaciones X e Y. Soy hijo de los que sobrevivieron a la Guerra Fría. Sé que viví durante la época de violencia senderista a pesar de que no la recuerdo con demasiada conciencia, más allá de los apagones y de los días de Paro Armado en que mis padres me hacían ir a la escuela. De hecho, nunca falté al colegio ni repetí de año, pero sí me reprobaron en religión y en conducta un par de bimestres.

Conocí y disfruté de 3 formatos distintos de soporte para grabar música: vinilos, cassettes y CD's. Escuché artistas que grabaron más que sólo en este último formato. Comencé a escribir poesía cuando era uno de los mejores de mi clase de química. Empecé a estudiar ingeniería y estoy a punto de terminar mi carrera de periodismo.

Tengo el cabello largo y no uso terno pero hablo con corrección. Tengo barba pero aún soy un imberbe hijo de los noventas.