lunes, 9 de octubre de 2006

LAS AGUAS NO PUEDEN RECLAMAR: Contaminación en la cuenca baja del río Chillón

El cauce del río Chillón está vacío. En los meses de verano, sin embargo, todos los ríos de la Costa vuelven a fluir, algunos con un flujo menudo y tímido, otros con la arrolladora fuerza de la Naturaleza cuando sabe ser destructiva. En marzo de 1998, en lo que fue el fenómeno del Niño con más fuerza de la década pasada, el río Chillón se desbordó e inundó 5 distritos: las poblaciones aledañas a la corriente en Puente Piedra, San Martín de Porres, Los Olivos, Ventanilla y Callao fueron arrasadas por las aguas. Los daños materiales y personales fueron cuantiosos.

Más que una arremetida injustificada de la Naturaleza, las continuas inundaciones que han afectado a la cuenca media y baja del valle del Chillón han sido consecuencia directa de la acción del hombre. Además de asentarse en zonas que constituyeron durante milenios el cauce natural del río, las poblaciones son perjudicadas por el arrojo de residuos sólidos a las riberas del río que ellos mismos realizan. Dichos restos, a su vez, ocasionan problemas como contaminación de regadíos y del ganado, además de ser foco infeccioso de distintas enfermedades.


Todas las aguas nacen impolutas
El río Chillón nace como producto del desagüe de las lagunas Chuchuncocha, Rihuacocha y Ullucocha, en la Cordillera de la Viuda. Recorre el departamento de Lima de Este a Oeste por 126 km, antes de desembocar en el Océano Pacífico, en la Provincia Constitucional del Callao.

Los afluentes del río Chillón provenientes de las lagunas convergen frente a la ciudad de Canta. Nada en la corriente que cobra forma en esta localidad hace sospechar que aquellas diáfanas aguas serranas terminarán convirtiéndose en una acequia pestilente al salir de Lima.


Cuando "río" es sinónimo de "vertedero"
Lima no se caracteriza precisamente por su limpieza. En el caso específico de las cuencas hidrográficas sobre las que se asienta la ciudad, y a pesar de los denodados (aunque algunas veces no tanto) esfuerzos de las municipalidades de la capital, la situación no es sino una manifestación más de esta triste realidad. La falta de educación ambiental, así como la ausencia de servicios de desagüe y de recojo de basura, han hecho que los ríos Chillón, Rímac y Lurín se hayan convertido en colectores naturales de los residuos de las poblaciones apostadas en sus riberas.

El ingeniero Carlos Alva Huapaya, de la Dirección General de Salud Ambiental (DIGESA), realizó un estudio acerca del efecto que produce la acumulación de estos desechos en las riberas de los ríos. Existe una «alta contaminación del agua, por las descargas en abundancia de residuos sólidos que los mismos pobladores arrojan», además de contribuir al desborde del río durante la época de lluvias, afirma. Como anécdota, el ingeniero Alva cuenta que, mientras obtenía muestras de agua para su estudio, es por poco golpeado en la cabeza por una bolsa de basura arrojada desde un puente. «Arrojan desmonte y también follaje», agrega mientras ríe, recordando lo sucedido.

La contaminación no es, sin embargo, un tema para reír. El río Chillón no sólo es ensuciado por los residuos sólidos, que colmatan su capacidad de conducción e incrementan la posibilidad de una inundación. Además, existen desagües clandestinos que arrojan sus aguas a la corriente, y que provienen de empresas -igualmente ilegales- textiles y de curtiembre, en los distritos de Carabayllo y San Martín. «Eso es lo que hace que se produzca un cambio en el color del agua» afirma Pedro Baras Valle, representante de la Dirección General de Gestión Ambiental de la Municipalidad de Los Olivos. «También existe el problema de la quema de desechos, que al final termina contaminando el aire de la zona», agrega su compañera, Mercedes Huarino Chura.


Lo que comes es lo que eres
Los problemas ocasionados por la contaminación del valle no terminan aquí. Las aguas polutas provenientes de la cuenca media son desviadas en el distrito de San Martín hacia diversas acequias que sirven como canal de regadío para plantaciones de chala y cebolla china, entre otros cultivos de tallo corto. La primera es utilizada para alimentar al ganado bovino, caprino y ovino que se cría por los mismos pobladores de la zona, y cuyo destino son los mercados cercanos y los puestos de La Parada, los cuales son también el paradero final del segundo tipo de planta.

Los mismos agricultores de la zona reconocen que las aguas con que riegan sus plantaciones no son para nada saludables. Toda la basura proviene «de la acequia que la población bota», manifiesta Rubén, un sexagenario trabajador de las plantaciones de chala. «La Municipalidad no viene por acá, no recoge la basura», continúa.

Del mismo modo, tanto en San Martín como en Ventanilla existe ganado porcino que es alimentado con los restos que se depositan diariamente en las riberas del río Chillón. A pesar de que los Concejos de dichos distritos lo nieguen fehacientemente, el ingeniero Alva de DIGESA y los representantes de la Municipalidad de Los Olivos, Baras y Huarino, son categóricos al afirmar que los cerdos que se crían en estas zonas son mantenidos a base de la basura depositada en las riberas, según ellos mismos han podido apreciar. Este hecho también ha sido confirmado por los mismos pobladores al ser entrevistados.


Educar para no tener que limpiar
La educación es la mejor arma para combatir todos y cada uno de estos males. Las Municipalidades, con el apoyo de la empresa privada, tienen el deber de realizar programas de concientización, sobre todo en las escuelas, ya que, finalmente, son siempre los niños los más afectados. De igual manera, se debe mejorar el servicio de recojo de la basura producida por los hogares de las zonas del valle, además de implementar los servicios de agua y desagüe. En algunos casos, sin embargo, el problema es definitivamente un poco más complicado debido a la confluencia de diversos factores, como en el de Chuquitanta.

La elección de un futuro distinto para el río Chillón está en la capacidad de educar a la población, por parte de quienes tienen (o deberían tener) el conocimiento y la capacidad para revertir la situación: las Autoridades.





Chuquitanta: El pueblo que ya una vez el río se llevó

La urbanización de San Diego está ubicada en el distrito de San Martín, a orillas del río Chillón, en el límite con Puente Piedra, Los Olivos y Ventanilla. Chuquitanta es el asentamiento más joven de la zona, con casi tres décadas de antigüedad. Jaime llegó hace 5 años: «Me vine a vivir aquí de San Juan de Lurigancho. Compré mi terreno y me vine con mi familia».

A Jaime lo encontré un domingo, junto con su esposa e hija, lavando la ropa en un puquial en la margen derecha del río. «La gente viene acá, como no tenemos agua potable entonces la gente trae su ropa para lavar, y los niños aprovechan para bañarse y para pescar». En todo el perímetro del manantial, varias decenas de personas están haciendo lo mismo que Jaime. A unos pasos de él, un hombre se lava los dientes y la cara en la misma agua en que, varios metros más allá chapotean unos cuantos niños.

Durante la época de verano, el puquial crece, y toda la población de Chuquitanta se vuelca a él para realizar días de campo. En verano, sin embargo, también aumenta para el asentamiento el peligro de una inundación. Ya en 1981 se produjo una crecida que arrasó con toda la zona, y desde entonces los desbordes han sido periódicos.

Actualmente se han construido barreras de contención en ambas márgenes del río. El peligro sigue siendo, sin embargo, latente. Chuquitanta está ubicada sobre lo que alguna vez fuera el cauce del río Chillón. La acumulación de residuos sólidos vuelve el peligro aún mayor, de modo que las medidas preventivas tomadas hasta el momento son insuficientes.

Jaime sigue lavando. «La gente bota su basura al río y a la acequia. Lo que pasa es que aquí el camión de la basura viene una vez a la semana, pero igual la gente sigue botando su basura al río. Lo que pasa es que como la mayoría de gente de aquí no tributa, entonces la Municipalidad no se preocupa».

La acequia de la que habla Jaime recorre la margen izquierda del río y, así como recoge los desperdicios de todos los lugares por donde pasa, también riega las plantaciones de la zona. Jaime habla también de ratas y de zancudos como «algo natural de las acequias», y me es inevitable recordar las epidemias de dengue y bartolenosis que hasta hace poco han remecido las páginas de los diarios.

Dejé a Jaime continuar con su faena, y mientras me alejo me alegro de que, por lo menos este año, el fenómeno del Niño no vaya a ser tan intenso. Al menos eso dicen. ¿Me parece o está empezando a llover?

1 comentario:

Tatiana dijo...

Las acequias en estos dìas es un tema, que por lo visto no tiene un fi.La gente no sabe o no quiere entender que los unicos perjudicados son jòvenes(como yo de 16 años) que son el futuro. Nosotros los interesados en el caso tendriamos que hacer campañas para que las personas reaccionen y abra los ojos para que se den cuenta que es algo serio.Por favor preocupencen por el medio ambiente que los unicos lastimados somos nosotros mismos!!
Tatiana Melisa