Pues sí, el chofer de la combi no supo pisar el freno ni cuando invadió de manera imprudente el carril contrario; menos aún cuando avizoró a escasos metros de él a un transeúnte que, como buen ciudadano, miraba sólo hacia el sentido de donde supuestamente deberían venir los autos de ese carril; ni siquiera cuando dicho peatón fue golpeado en la ceja por el espejo retrovisor de su vehículo. Fueron necesarios la luz roja del semáforo y la mujer policía (quien, a pesar de todo, nunca terminó de entender lo que pasaba) que afortunadamente se encontraban a menos de cincuenta metros del encontronazo.
Herido, y más sorprendido que preocupado, el transeúnte se levantó. Ninguna de las personas que caminaban por la avenida Venezuela, cerca del mediodía, se inmutó ni siquiera cuando lo vieron cojeando de su pierna izquierda y con su ceja abierta y sangrando profusamente. ¿Qué clase de humanidad vive en los corazones de la gente de esta Gran Ciudad? Un hombre lastimado no parece ser digno de la más escasa atención. A lo único que puede aspirar es a la impertinencia de un cobrador de combi, preocupado -hasta en este momento- más por su propia persona que por el hombre al que había atropellado.
- ¿Tas' bien, compare'?
- ¡Sí, huevón! ¡Todos los días me atropella una combi!
lunes, 10 de marzo de 2008
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