Nuestro "Gordito" ha partido. Su lucha diaria y sus ganas de vivir fueron siempre vehementes. Es el héroe de nuestro barrio, mostrándonos que a los problemas sólo hay una forma de enfrentarlos: valientemente y mirándolos cara a cara. En su batalla, Augusto ofreció su fuerza toda y la quemó hasta el último cartucho. Y, ahora, ya no está con nosotros, es cierto. No triunfó del todo, pero al final ganó: nuestro respeto, nuestro cariño, nuestra admiración. Porque ganar es también, y sobre todo en realidad, un asunto de actitud. Augusto fue un ganador siempre, lo gritaba al mundo a través de sus actos, día a día.
Los héroes son así, tan fugaces como eternos. Brillan intensamente, y luego parecen apagarse. Sin embargo, el recuerdo del paso de su luz por nuestras vidas nos inspira a ser mejores y eso los hace permanecer más allá de lo que cualquiera de nosotros podrá hacerlo jamás.
Pero Augusto también fue nuestro amigo, y los amigos, los de verdad, son para siempre. Él nos unió como nadie, haciendo que nuestras diferencias se convirtieran en puentes y nuestras semejanzas, en pasos para atravesarlos. Él fue el que nos "re-unió", en el sentido más profundo de la palabra, volvió a juntarnos luego de que la vida, como pasa muchas veces, nos hiciera tomar rumbos y rutinas que nos alejaban mutuamente en nuestro día a día, a pesar de permanecer físicamente tan cerca como vivir a unas cuantas casas de distancia los unos de los otros.
Felizmente y para nuestro bien, Augusto nos recordó que estar cerca es en realidad estar presente. En sus últimos tres años luchó intensamente por su vida, y a pesar de eso siempre supo darse un tiempo para cada uno de nosotros y para todos juntos, como sus amigos, su manchita, haciéndonos pasar tiempos y momentos hermosos que sin él habrían sido imposibles. Pero, sobre todo, nos demostró que él era y seguirá siendo nuestro amigo y que estuvo y estará ahí para y por nosotros, siempre.
Ese es, en el fondo, el meollo del asunto. Augusto fue y será siempre NUESTRO, de todos los que estamos aquí para despedirlo, pero, sobre todo, para recordarlo. Ese es su legado, pues nos dejó lo que siempre quiso entregarnos: la esencia de su maravillosa persona a todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo. Su partida nos despierta una profunda tristeza, es inevitable y sería extraño que así no fuera, habiendo sido nuestro "Gordito" como fue en vida. Pero su recuerdo, y eso también es natural, aviva en nuestros corazones una profunda alegría por haberlo conocido.
Augusto ya no será sólo nuestro héroe, porque ahora es también nuestro ángel. Nuestro amigo lo fue, lo es y lo será para siempre.
domingo, 3 de agosto de 2008
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