¿Cuál es el miedo que existe en el corazón de un hombre? Un padre amoroso deja, por primera vez, correr libre por el parque a su hijo de 2 años y 3 meses. Es su más grande adoración, a la vez que su logro y su proyecto más importante. Y ni mencionar que hasta sus suegros decían que se parecía al papá.
Y, de pronto, el niño tropieza y cae. A su escasa edad, le es imposible coordinar el movimiento de sus brazos para detener su inevitable encuentro con el suelo.
El padre, pobre de él, se había descuidado un segundo, al cerrar los ojos para disfrutar de ese maravilloso domingo de primavera. Cuando volvió a mirar a su hijo, ya era muy tarde para evitar la caída: su adorado niño estaba demasiado lejos de él y se iba inevitablemente de bruces contra el suelo.
La calidez de esa tarde desapareció de pronto para ese hombre y, durante el medio segundo que duró la caída de su hijo, fue inundado por un miedo irracionalmente profundo.
Se vio llorando la desgracia de su descuido, mientras sujetaba a su hijo ensangrentado y sin vida. Se imaginó luego regresando a casa para explicarle entre lágrimas a su mujer por qué tenía su camisa manchada de sangre. Pudo verse en el funeral, mientras la gente murmuraba a su alrededor lo mal padre que era. Contempló el rostro prematuramente envejecido de su mujer, mientras le gritaba y lo culpaba, por enésima vez, de la muerte de su hijo -de ella-, "como si a mí no me doliera", pudo casi escuchar decirse en su mente. Se encontró en la habitación de la notaría donde firmaba los papeles de divorcio. Pudo ver a su jefe despidiéndolo por haberse dejado al abandono, lo que ocasionó que la compañía perdiera 300 mil dólares en clientes decepcionados. Finalmente, sintió y sufrió cada uno de los golpes que recibía de una pandilla de vagos que lo pateaban mientras yacía ebrio bajo el puente que se había convertido en su casa.
Durante el eterno medio segundo segundo que duró su miedo, la vida entera de ese hombre no sólo había terminado, sino que había sido completamente destruida.
Pero su hijo se levantó y siguió corriendo mientras perseguía al escarabajo rojo y negro que lo había distraído y lo había hecho caer. Y, así, aquel miedo se desvaneció poco a poco, quizás más lentamente de lo que había llegado, pero finalmente dejó de oprimir el pecho de aquel hombre, mientras era inundado nuevamente por el amor hacia aquel pequeño que empezaba a descubrir el mundo.
El hombre sonrió entonces, y, hasta el día en que murió, 73 años después, dejó que su hijo tropezase y cayese muchas más veces de las que podía recordar.
Y expiró siendo feliz por haber dejado que así fuera, sujetado de la mano por su hijo.
martes, 26 de mayo de 2009
Sol
No te vayas, Sol, no te vayas,
porque tus rayos bermejos acarician mi piel de ciudad,
no dejes de entregarme el cielo a tu alrededor,
ni la intensidad que refractas en mi mirada,
ni el suave regalo de tu mensaje de vida,
porque mi ser necesita todo lo que me das para poder vivir.
No creas en el silencio
que se teje en la noche,
no sientas que la luna y las estrellas brillan más que tú
porque es imposible...
... Sólo tú, mi Sol, puedes hacerme despertar.
porque tus rayos bermejos acarician mi piel de ciudad,
no dejes de entregarme el cielo a tu alrededor,
ni la intensidad que refractas en mi mirada,
ni el suave regalo de tu mensaje de vida,
porque mi ser necesita todo lo que me das para poder vivir.
No creas en el silencio
que se teje en la noche,
no sientas que la luna y las estrellas brillan más que tú
porque es imposible...
... Sólo tú, mi Sol, puedes hacerme despertar.
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